“Seis peregrinos que todos los comentaristas consideran compostelanos, y que venían de hacer estación cerca de Nantes, en el milagroso San Sebastián, de miedo de topar con ladrones se acomodaron a pasar la noche en un huerto, también él tocado de gigantismo, al pie de varas de los guisantes, entre las lechugas y los repollos. Y Gargantúa, que antes de un enorme banquete se halló un poco alterado, preguntó si se podía hacer algo de ensalada, y oyendo que allí mismo había las más hermosas y grandes lechugas del país -altas como pejigos o nogales-, decidió ir él mismo a buscarlas, y arrancando unas docenas, con ellas se llevó a los peregrinos que dormían a su abrigo. Lavó las lechugas en una fuente, y los peregrinos se decían:
-¿Hablaremos? Éste nos va a ahogar! Pero si hablamos, es capaz de matarnos, tratándonos de espías.
Mientras deliberaban, ya estaban en la fuente, revueltos, con la lechuga, con aceite, vinagre y sal. Gargantúa, por refrescar, comió, y en los primeros bocados metió en la boca cinco peregrinos. El sexto quedaba en la fuente, debajo de una hoja, y solamente asomaba la punta del bordón con la calabaza.
-Ahí se ve el cuerno de una limaca- dijo Grandgousier.
-No importa -respondió Gargantúa- En todo este mes son excelentes!
Tirando del bordón, levantó el peregrino en el aire y se lo tragó. Después bebió un enorme jarro de tintorro, y esperó a que sirviesen la comida... Los peregrinos, en la boca de Gargantúa, hacían mil juegos para no ser tragados. Y el torrente de vino los llevó casi hasta el estómago del gigante. Pero con sus bordones, como saltadores de pértiga, subieron otra vez hasta la boca y se escondieron entre dientes y muelas. Y uno de ellos tuvo la mala suerte de meter su bordón en un diente cariado de Gargantúa, el cual gritó con el dolor y pidió sus mondadientes, con los cuales limpió la boca, escupiendo como hebras de jamón a los peregrinos, quienes huyeron a través de un viñedo. Ya se creían a salvo, cuando a Gargantúa se le ocurrió, probando así el oficio diurético de la ensalada, hacer agua menores. En el río que se formó, estuvieron a punto de morir ahogados los seis peregrinos, los cuales pasaron por un vado, pero para caer en una trampa para lobos... Al final se encontraron sanos y salvos en una posada, donde uno de ellos recordó que aquella terrible aventura ya estaba prevista por David Salmista:
Cum exsurgerent homines in nos, forte vinos deglutisent nos- traducía, “Cuando fuimos comidos en ensalada con un grano de sal, etc.”
Extraido de “La cocina cristiana de Occidente” de Álvaro Cunqueiro.
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