miércoles, 30 de julio de 2008

El último viaje de Pantagruel

El último viaje de Pantagruel

(...) Después de la última escala en el país de la Mentira, Pantagruel y sus compañeros llegan por fin al término de su viaje. Desembarcan en el país de las Linternas, cuya descripción está tomada de la Historia Verdadera, de Luciano.
El Linternado es un país de linternas vivas. La reina es una linterna de cristal de roca damasquinada de sangre y guarnecida con gruesos diamantes. Las linternas de sangre real son de alabastro ordinario. Todas las obras de cuerno, de papel o de tela encerada. Sólo una de ellas es de tierra cocida, como un puchero: la linterna de Epicteto que, según dice Luciano, fue vendida por tres mil denarios a un curioso.
Los pantagrruelistas comieron invitados por la reina, y parece que se trata en este punto de un banquete filosófico y que aquellas linternas y aquellas antorchas representan la sabiduría y la virtud. Cuando termina el banquete, la reina concede a cada uno de sus comensales la elección de la linterna que deba guiarle. Y es Rabelais quien habla. ¿Qué otro sino Rabelais podría decir lo que vais a ver?
"Yo elegí y escogí la de mi predilección, la del famoso maestro Pedro Lamy, que me había sido muy provechosa en otro tiempo. También ella me reconoció y entonces me pareció divina, más propicia, más docta, más prudente, más diserta, más humana, más bondadosa, más capaz de conducirnos que ninguna otra de las que se hallaban con ella. Después de agradecer humildemente a la reina su obsequio fuimos hasta nuestro navío acompañados por siete jóvenes linternas histriónicas, cuando ya lucía la clara Diana."
¿Quién si no Rabelais podría escribir este párrafo exquisito? ¿Quién si no él podría recordar en esta docta alegoría al joven fraile que cuarenta años compartió en la abadía de Fontenay los estudios y los peligros con el hermano Francisco, y consultó con él los horóscopos virgilianos para saber si debía temer o no a los "duendecillos"? ¿Qué otro si no Rabelais podría pagar con esta generosidad al amigo de su juventud el tributo del recuerdo?
Pero henos aquí llegados al oráculo de la Divina Botella que se halla en una isla próxima del Linternado, donde una sabia linterna conduce a Pantagruel y a sus compañeros. Pasan primeramente por un extenso viñedo formado con todas las especies de vides, que lucen en todas las estaciones hojas, flores y frutos. La linterna sabia ordena a cada uno que coma tres racimos, que se ponga pámpanos en los zapatos y oprima en su mano un sarmiento verde.
En el extremo del viñedo se alzaba un arco antiguo adornado con trofeos de bebedor, bajo el cual se entraba a un cenador formado con pámpanos cargados de racimos, por donde pasaron los compañeros.
-Por un lugar semejante -dijo Pantagruel- no pasó jamás el pontífice de Júpiter.
-Por una razón mística -respondió la muy clara linterna-. Al pasar por aquí el pontífice del señor de los dioses, hubiera tenido los racimos, es decir el vino, sobre su cabeza, y podía parecer atraído y dominado por el vino. Los pontífices y todas las personas que se inclinan y se consagran a la contemplación de los misterios divinos, deben mantener sus almas en absoluta tranquilidad, ajena a toda perturbación de los sentidos, que se manifiesta más en la enbriaguez que en otras pasiones, sean las que sean. Tampoco vosotros seríais recibidos en el templo de la Divina Botella después de pasar bajo este arco, si Bacbuc, la noble sacerdotisa, no viese pámpanos en vuestros zapatos, lo cual significa que despreciáis el vino hasta el punto de hollarlo con los pies.
Descendieron bajo tierra por una bóveda donde había pintada una danza de mujeres y sátiros, como en la bodega Pintada de Chinon, primera ciudad del mundo. Al pie de la escalera se hallaron frente a una portalada de jaspe de orden dórico, sobre la cual estaba escrito en caracteres griegos granados en oro: En el vino está la verdad. Las puertas eran de bronce macizo con relieve cincelados, y podríamos reconocer en ellas una semejanza con las puertas del baptisterio del magnífico templo de San Juan de Florencia, que Miguel Angel proclamaba dignas de ser colacadas a la entrada del Paraíso, y que Rabelais había admirado mientras el hermano Bernardo Lardón de Amiens buscaba una taberna.
Se abrieron las puertas. Dos láminas de bronce indio de color azulado, ofrecieron de pronto a las miradas curiosas de los visitantes una inscripción en latín:
Ducunt volentem fata, nolentem trahunt.
Que el asutor tradujo de este modo: "Los destinos conduce al que los consiente, y obligan al que los rehusa".
Y esta sentencia griega: "Avanza todo hacia su fin".
El templo donde penetraron tenía el suelo de mosaicos que representaban pámpanos, lagartos y caracoles, y nuestro autor los describe como un hombre que ha visto atentamente mosaicos romanos. Sobre las bóvedas y los muros se veían, también en mosaicos, las victorias de Baco en las Indias, y al viejo Sileno seguido por jóvenes agrestes, cornudos como cabritos, crueles como leones, que no dejan de cantar cómica y lascivamente. Las descripciones de esos cuadros revelan el gusto de un admirador de obras antiguas, y sobre todo lector de Filostrato y Luciano. El número de las figuras (al mismo tiempo enorme y exacto: sesenta y nueve mil doscientas veintisiete de una parte, ochenta mil ciento treinta y tres de otra), responde perfectamente al proceder estadístico de Francisco Rabelais. La lámpara que iluminaba el templo, como si luciera el sdol, hallábase decorada por una franja de figuras que reproducían un combate infantil; y la mecha ardía luminosa sin que hubiera necesidad de renovar el aceite.
Mientras los viajeros admiraban estas maravillas, Babuc, sacerdotisa de la Divina Botella, escoltada por sus acompañantes avanzó hacia ellos con el rostro alegre y reidor, y los condujo a una fuente rodeada de columnas y cubierta de una cúpula, que se hallaba en medio del templo. Les distribuyó tazas y vasos y los invitó amablemente a beber. Cada uno de los bebedores encontró en el agua de aquella fuente el sabor del vino que imaginaba: vino de Beaune, vino de Grave, galante y vertiginoso, vino de Mirevaux más frío que el hielo; y cuando cambiaban sus imaginaciones, igualmente cambiaba el sabor. Luego la sacerdotisa revistió a Panurgo con el hábito de los neófitos admitidos en los misterios, y cuando éste hubo cantado algunos versos a manera de invocación, ella echó a la fuente unos polvos que la hicieron hervir y murmurar como un enjambre de abejas. Entonces resonó en los aires esta palabra:
¡TRINCA!
Y Babuc cogió suavemente del brazo a Panurgo al decirle:
-Amigo, debéis dar gracias a los cielos por lo que os ocurre, ya que oisteis tan pronto la palabra de la Divina Botella. Es la palabra más alegre, más animosa que oí en este recinto desde que soy la elegida del oráculo sagrado.
Después de hablar así, la sacerdotisa cogió un grueso libro encuadernado en plata, lo hundió en la fuente y dijo:
-Los filósofos, los predicadores y los doctores de vuestro mundo aturden vuestro oídos con hermosas frases. Aquí tenemos la costumbre de incorporar nuestros preceptos por la boca; es la razón de que ahora no os diga: "¡Leed este capítulo! ¡Ved esta glosa!", y os digo en cambio: "Saboread este capítulo. ¡Paladead esta glosa!" Hay un antiguo profeta de la nación judaica que se tragó un libro y se convirtió al momento en sabio hasta los dientes; muy priontgo beberéis uno y os convertiréis en sabio hasta el hígado. ¡Tened! ¡Abrid las mandíbulas!
Panurgo estaba con la boca abierta y Babuc sacó de la fuente el libro de plata. Suponemos que fuera verdaderamente un libro por su forma que era como la de un breviario, pero en realidad se trataba de un venerable, verdadero y natural frasco lleno de vino de Falerno que ella vació en el gaznate de Panurgo.
-He aquí -dijo Panurgo- un capítulo notable de una glosa muy auténtica-. ¿Eso es todo lo que significaba oráculo de la botella?
-Nada más -respondió Bacbuc-, porque TRINCA es la palabra dictada en todos los oráculos, celebrada y entendida en todas las naciones y quiere decir: ¡Bebe!
"No es reír sino beber lo propio del hombre; no digo beber simple y absolutamente, porque así beben también las bestias; digo beber vino agradable y fresco. Advertid, amigos, que de vino procede divino. No hay razón más cierta ni adivinación menos falsa. Vino, oinos en griego, significa fuerza, poder; porque el vino tiene el poder de llenar el alma con toda verdad, toda sabiduría y filosofía. Si advertisteis lo que se halla escrito en caracteres jónicos a la puerta del templo, habréis podido comprender que el vino es la verdad oculta. La Divina Botella os lo ha dicho. Sed vos mismo intérprete de vuestra empresa.
Así hablaba la sacerdotisa Bacbuc.
-No es posible - dijo Pantagruel- decirlo más claro que esta venerable sacerdotisa. Trinca puies.
-Trinquemos -dijo Panurgo.
¿Qué vino era ese que se tomaba en la fuente santa y que daba al espíritu energía y poderío? El autor no lo dice pero permite adivinarlo: no es el jugo de la viña en el sentido propio y literal; es la ciencia que en un espíritu recto enseña los verdaderos deberes y proporciona la dicha, por lo menos la que podemos prometernos en este mundo. No se trata ya de saber si Panurgo se casará o no, y si le engañará o no su mujer. El buen Pantagurel y su docta compañía no hicieron un viaje tan largo para descifrar un enigma que, después de todo, sólo interesa a Panurgo. Pantagruel y sus compañeros han ido a consultar a la Divina Botella acerca de la suerte de toda la Humanidad, y el oráculo les ha contestado TRINCA, es decir: "Abrevaos en el manantial del conocimiento. Conocer para amar es el secreto de la vida. Huíd a los hipócritas, a los ignorantes, a los malévolos y alevosos; libraos de los terreros infundados, estudiad al Hombre y al Universo; conoced las leyes del mundo físico y moral para someteros a ellas y solamente a ellas; bebed, bebed la Ciencia; bebed la Verdad, bebed el Amor""

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